Descripciones del rincón (Diario)
1ER FOTO
Las hojas anaranjadas del otoño, desparramadas por el suelo,
combinan con las columnas de ladrillo que conforman la entrada a la plaza
Favaloro, donde pega fuertemente el sol matutino. Y las rejas de color verde
oscuro, que hacen a la ladera divisoria entre la calle y la plaza, parecen
disolverse en el fondo con el paredón que corta la circulación y es del mismo
color. Y si sumamos las hojas de algunos árboles grandes que hay por detrás,
aquellos que se resistieron al cambio de estación y mantienen su color de
verano, el verde terminaría predominando por poco en la fotografía.
Indudablemente, la ciudad posee innumerables rincones mágicos. Aunque este,
debido a su llamativa paleta de colores, merece, al menos, ser fotografiado por
algún aficionado. ¡Son los colores de la bandera de Irlanda! Aunque, en el
fondo, se aprecia claramente, y flameando, la de Argentina. Que se une al sol
celeste y pareciera sumarse un tercer color. Sin embargo, el ángulo en el que
me posicioné captura una porción muy pobre del cielo, por lo que no es muy
relevante el celeste en esta ocasión.
Con lo poco que pude apreciar, me alcanzó y sobró para interesarme por la
plaza. Desde un inicio, me llamó la atención la forma en la que el sol pega en
el portón, como si se tratase de una invitación divina a entrar. No es una
plaza común, tiene algo muy especial, y aún no logro descifrarlo. No parece ser
de esas plazas en la que la gente simplemente va a pasear al perro. Acá deben
venir los poetas del barrio a escribir, los talentosos músicos ocultos en las
horripilantes cajas de edificio que necesitan un lugar tranquilo para componer.
El aire resulta ideal para un artista que necesita inspirarse. Al menos, eso me
pasó a mí. Y por eso creo que muchos de ellos vienen acá, aunque pasen
desapercibidos.
Otro aspecto a destacar son los adoquines que conforman el camino de la plaza.
¡Hace cuánto que no veía eso! Recuerdo que, de chico, la calle de mi casa
estaba hecha así, hasta que vino la municipalidad y, tristemente, la asfaltó.
Perdió su gracia para siempre. Espero que acá nunca hagan eso, porque ese
suelo, combinado con las flores y los bellos colores del lugar, crean una
estética estilo inglesa, única y atrapante. Pareciera un lugar atrapado en el
tiempo, siglo XVIII, aislado de todo alrededor. Quizás los artistas que creen
que en el pasado todo era mejor podrían probar suerte en esta plaza, que
probablemente cumpla con su fantasía.
2DA FOTO
Lo que me llama del lugar, de este rincón —y por eso lo
fotografié—, es que parece ser el punto de encuentro entre diferentes
realidades de la ciudad. En primer lugar, la llamativa plaza con árboles
gigantes verdes, donde se encuentran trabajadores públicos barriendo las hojas
de otoño, denota una sensación de alegría y prosperidad en mi interior. Pero,
si caminamos apenas unos pasos y nos adentramos en la calle Nicolás Repetto, la
sensación es completamente distinta. Pareciera ser la delimitación geográfica
que separa dos biomas distintos. Y no solo eso: también son dos realidades
emocionales distintas. Porque, al adentrarse en la calle ya mencionada, no solo
se deja de espaldas a los gigantes y llamativos árboles verdes de la plaza,
sino que uno empieza a ver unos nuevos, pero esta vez sin hojas. Como si el
aire que hay ahí se encargara de pudrir toda la vegetación.
Y es curioso, porque a menos de 20 metros está la gran flora de la zona. Es el
mismo aire, el mismo sol, la misma lluvia. Evidentemente, la sensación que se
siente al cruzar es mucho más fea que la anterior. Uno se siente solo,
extraviado, vacío. Es como si la energía de aquellos horripilantes edificios
cuadrados que empiezan a aparecer se llevara hasta las plantas consigo.
Este no es un buen indicador de la felicidad de los habitantes de la cuadra…
¿Vivirán infelices?... ¿Pelearán mucho?
3ER FOTO
Hay algo que me llama mucho la atención de esta plaza, y es
el tren que marcha por detrás de ella. Este rincón es la encrucijada de los
folklores.
Las rejas verdes que delimitan al espacio verde son el portal donde se unen
distintas culturas, diversos folklores. Porque, detrás de ellas, apenas a unos
pocos pasos, baja la gente del tren Sarmiento. Algunos del interior: Ituzaingó,
Moreno o Merlo, y traen consigo patrones de vida novedosos para los locales,
que amplían al barrio. Y es llamativo cómo, estando prácticamente en la misma
ciudad —aunque es cierto que es inmensa—, unos pocos kilómetros son suficientes
para adquirir formas de vestir, de ocupar el espacio, de mirar, de hablar,
completamente distintas.
Y desde esta plaza, uno puede sentarse en un banquito por horas a contemplar
las diversas realidades de cada uno. Desde los que sacan al perro y salen en
chanclas, hasta los que vienen con camisa a trabajar. Este lugar es ideal para
quienes quieren escribir un personaje y no saben cómo inventarlo, porque acá
hay muchas ideas.
Probablemente, en este rincón se escuche claramente la campana del tren, que,
cada vez que suena y llega a la estación, escupe nuevas historias, vivencias,
rostros, que decoran y amplían la belleza de este lugar.
4TA FOTO
No sé qué hora es exactamente, pero sé que no es muy tarde
aún, y está lloviendo bastante. Y la agradable plaza Favaloro, en la que
siempre hay gente, se encuentra vacía, sin un alma a la vista. Y los
alrededores también: no hay humanos.
La oscuridad que abarca la soledad entera de aquella plaza propone un
interesante escenario para crear historias y personajes perturbadores. Porque
el negro de la noche, que aún es temprana, y los faros de luz empañados por la
lluvia, que no iluminan mucho el asfalto, contribuyen al suspenso.
Lo más probable es que, si me quedo mucho más tiempo acá sacando fotos, me van
a robar.
Un hueco enorme y desolador se aprecia por detrás de las rejas, porque el tren
Sarmiento parece que no viene hace rato. Estoy esperando que la campana suene.
¿Dónde está la gente que tiene que volver a su hogar? ¿Se anticipó a la lluvia?
¿Dónde está aquel joven que escribe en el banco de la entrada? ¿Dónde está el
tren? ¿Dónde está el grupo de chicos que se sienta en la entrada de la plaza a
tomar alcohol por la noche?... ¿Solo un poco de agua provoca tal desolación?
¿Unas gotas bastan para que todos escapen al refugio de sus hogares?
De todos modos, nunca podré saber a dónde se fue la gente, y por eso, citando a
Pedro y Pablo, que justo reprodujeron mis auriculares, me pregunto: ¿Dónde va
la gente cuando llueve?
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